sábado, 19 de noviembre de 2011

Los "ODM"

Hace unos días, revisando unas notas de una tesis doctoral, el teniente Colombo volvió a sentir una profunda frustración. O quizás algo más: rabia e indignación. Siempre que se acerca a los temas relacionados con el hambre en el mundo, se le sube la sangre a la cabeza… a borbotones.
En septiembre del año 2000, en la Asamblea del Milenio celebrada en Nueva York, las naciones del mundo aprobaron un conjunto de metas denominadas “Objetivos de Desarrollo del Milenio” (ODM), con el horizonte del año 2015. El primero de esos objetivos (de un total de ocho), consistía en reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, el porcentaje de personas cuyos ingresos son inferiores a 1$ al día y el porcentaje de personas que padecen hambre.
El teniente Colombo, a punto de encender uno de sus puros con cierto aire de resignación, comprueba, a través de diversos informes de Naciones Unidas y de UNICEF, que, aunque se ha avanzado notablemente, aún queda mucho camino por recorrer.
Según el secretario general de la FAO, Jacques Diouf, en las actuales condiciones, este objetivo no se alcanzará ni en 2150 (“…largo me lo fiáis, amigo Sancho…”). Pese a los avances en Asia Oriental y el Pacífico; el África Subsahariana, América Latina, el Caribe, algunas partes de Europa y Asia Central, no prosperan para alcanzar los objetivos fijados. En estos momentos más de 1.100 millones de personas viven en condiciones de extrema pobreza y 1.600 bajo el umbral de la pobreza. Ello representa cerca del 40% de la población mundial. Nada más y nada menos.
Sin caer en demagogia barata, el teniente Colombo se pregunta –de hecho, lleva décadas preguntándoselo- de qué sirven las numerosas, y multitudinarias, reuniones multilaterales que se celebran periódicamente, a las que acuden los grandes líderes mundiales. Más allá de las bonitas palabras, buenos deseos, fotos y sonrisas… ”¿qué queda de todo ello, en qué se está avanzando realmente?”, se cuestiona el teniente Colombo, perplejo, decepcionado y encolerizado por una situación que considera inaceptable en pleno siglo XXI.
A punto de cerrar esta reflexión, el teniente Colombo toma, de su buen amigo Luis Miguel Gª Cascudo, una frase de la Madre Teresa de Calcuta: “Para hacer que una lámpara esté siempre encendida, no debemos de dejar de ponerle aceite” (“habría que enviársela por mail a todos los líderes mundiales, de cara a la próxima reunión”, sugiere el teniente Colombo).

1 comentario:

  1. Lo siento teniente Colombo, pero califico su artículo sobre los ‘ODM’ como ‘no afortunado’.



    No estoy de acuerdo, ni en la forma ni en la conclusión fácil que se saca de él.



    Y lo curioso es que me consta que el teniente Colombo tampoco lo está, y que en esta ocasión (estoy convencido de ello), se ha dejado llevar por su teclado, antes que por su cabeza y corazón. Ha cometido el mismo error que cometen los políticos, decir a la gente lo que quiere oír, y no lo que realmente hay que decirles.



    Tras leerlo me he sentido vacío. Este artículo me lleva sin quererlo, a las excusas que están matando a la sociedad, a las tonterías en las que está desembocando la ‘indignación’ popular, al populismo fácil, y a los mensajes grandilocuentes que te autoconvencen de que los males del mundo sólo se solucionarán cuando sus líderes se reúnan y se pongan de acuerdo en establecer las prioridades y atacar los verdaderos problemas del mundo.



    Y no es así.



    Efectivamente hay gente que tiene en su mano la lucha contra el hambre y la extrema pobreza en el mundo, y no hace nada (o hace poco) y contra ellos podemos dirigir la rabia y la indignación. Todos estaríamos dispuestos a mirarlos a la cara y fijando nuestros ojos en los suyos decirles: ¿Qué estás haciendo para evitar o paliar esta situación? ¿Por qué ante una crisis como la actual, te olvidas de las ayudas al tercer mundo, y prefieres preocuparte por mantener tus privilegios o los de tus familiares y amigos? ¿Estás realmente preocupándote por las prioridades del mundo, o estás anteponiendo las tuyas?



    Existe un artefacto que nos permiten ver y dirigir todas nuestras críticas, sin intermediarios y a la cara.



    Se llama ‘espejo’ y todos lo utilizamos a diario.



    Soy yo, el que tiene que poner aceite en la lámpara todos los días. Si yo no dedico tiempo y esfuerzo a paliar esta situación, si pienso más en mí, en mi familia o en mis amigos, y mis grandes preocupaciones son ‘mis’ temas, ¿acaso cambiaría yo mi escala de valores si me convirtiera en uno de los grandes líderes mundiales? ¿acaso no son ellos como yo?



    Es más sencillo rasgarse las vestiduras ante las injusticias, gritar a los cuatro vientos que esta sociedad es injusta y que hay que cambiarla, que son los mercados, los gobiernos, los políticos, los banqueros, … los grandes culpables. Y no nos damos cuenta de que para la persona que pasa hambre en el Africa subsahariana o en Haití, todos y cada uno de los españoles somos inmensamente ricos y equiparables a los que hemos puesto en la lista de ‘grandes culpables’.



    Sé que el teniente Colombo se ha mirado al espejo.



    Y ha decidido poner su aceite en la lámpara.



    Y lo pones.



    Pero no tenga piedad de sus lectores. No nos quite responsabilidad y espoléenos. Todos y cada uno de nosotros lo necesitamos, sobre todo en este tema.



    Un abrazo





    Mc. Cloud (ese compañero raro que va a caballo por las calles de Nueva York donde todos van en coche)



    PD: Aunque he entrado en su juego dialéctico de la lámpara, me da la impresión que la “Lámpara” de la que habla Teresa de Calcuta y el aceite que le tenemos que poner cada día tiene un sentido más trascendente…

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