En apenas
unas semanas, y tras 46 años de una intensa y exitosa vida profesional, el
capitán abandonará, de forma definitiva, la comisaría. Como decía el viejo
profesor José Luis Sampedro en su metáfora sobre la vida: llega un momento en el que el río finaliza su trayecto y se une al mar.
El destino del teniente Colombo se cruzó con el del capitán en el último
aliento de los años ochenta. Y, a decir verdad, la primera toma de contacto entre
ambos no fue un camino de rosas. El capitán ya contaba por aquel entonces con
una dilatada, y experimentada, carrera en la comisaría (no había caso de
asesinato que se le resistiera); mientras que el teniente Colombo apenas había
resuelto algún que otro entuerto de escasa relevancia (asaltos a mano armada en
astilleros gallegos de rudimentaria gestión familiar, y desfalcos de guante blanco en entidades aseguradoras venidas
a menos… delitos de poca monta), pero se creía -¡pobre ingenuo!- la
reencarnación misma de Fray Luca Pacioli.
En poco tiempo, las mandíbulas de las diferencias se fueron
cerrando y comenzó una relación, personal y profesional, que ha llegado hasta
la actualidad, plenamente consolidada en forma de amistad. El teniente Colombo está
convencido que su trayectoria en la comisaría no hubiera sido la misma sin el apoyo
permanente del capitán. Siempre que le ha necesitado, el capitán ha estado ahí.
¡Siempre! Para ayudarle, aconsejarle o simplemente consolarle. Sobre todo, en
los peores momentos en la vida del teniente Colombo, que es cuando la talla
humana de una persona –como la del capitán- alcanza su verdadera dimensión. La
deuda de gratitud es equivalente al resultado de dividir la unidad entre cero: infinita.
“El capitán es historia viva de la comisaría, una especie de flautista de Hamelín
al que todos siguen ciegamente por la fe en sus convicciones y su capacidad
para convencer… y, sin embargo, no es una persona fácil de definir”, explica el
teniente Colombo, mientras acude a su modesta filmoteca casera para
documentarse sobre algunos personajes emblemáticos de la historia del cine,
cuyos perfiles encajan, milimétricamente, con los del capitán.
En opinión del
teniente Colombo hay tres héroes de la pantalla en los que, de alguna manera,
convergen –a modo de mágica conexión en blanco y negro- las cualidades humanas
y profesionales del capitán. El Atticus Finch de
Matar un ruiseñor (1962), con un
Gregory Peck memorable; el sheriff de Solo
ante el peligro (1952), con un
Gary Cooper íntegro y crepuscular; y el modesto oficinista C.C. Baxter de El apartamento (1960), cinta en la que Jack
Lemmon regala al mundo una clase magistral de interpretación. Tres historias sencillas,
de luchadores, que contienen en cada fotograma los valores que nunca cambian,
los valores eternos de la amistad, la lealtad, el sentido del deber, la honestidad,
la integridad y el respeto por los demás… “valores que, sin duda, definen a un
hombre irrepetible como el capitán”, apuntilla el teniente Colombo, mientras
trata de localizar entre los bolsillos de su gabardina un lápiz para firmar
este post.
P.D.: este post es el homenaje, sencillo y sincero, del teniente Colombo a
Manuel Arias de la Cruz (flautista y capitán, al mismo tiempo).