domingo, 4 de enero de 2015

EL FLAUTISTA DE HAMELÍN


En apenas unas semanas, y tras 46 años de una intensa y exitosa vida profesional, el capitán abandonará, de forma definitiva, la comisaría. Como decía el viejo profesor José Luis Sampedro en su metáfora sobre la vida: llega un momento en el que el río finaliza su trayecto y se une al mar.
El destino del teniente Colombo se cruzó con el del capitán en el último aliento de los años ochenta. Y, a decir verdad, la primera toma de contacto entre ambos no fue un camino de rosas. El capitán ya contaba por aquel entonces con una dilatada, y experimentada, carrera en la comisaría (no había caso de asesinato que se le resistiera); mientras que el teniente Colombo apenas había resuelto algún que otro entuerto de escasa relevancia (asaltos a mano armada en astilleros gallegos de rudimentaria gestión familiar, y desfalcos de guante blanco en entidades aseguradoras venidas a menos… delitos de poca monta), pero se creía -¡pobre ingenuo!- la reencarnación misma de Fray Luca Pacioli.
En poco tiempo, las mandíbulas de las diferencias se fueron cerrando y comenzó una relación, personal y profesional, que ha llegado hasta la actualidad, plenamente consolidada en forma de amistad. El teniente Colombo está convencido que su trayectoria en la comisaría no hubiera sido la misma sin el apoyo permanente del capitán. Siempre que le ha necesitado, el capitán ha estado ahí. ¡Siempre! Para ayudarle, aconsejarle o simplemente consolarle. Sobre todo, en los peores momentos en la vida del teniente Colombo, que es cuando la talla humana de una persona –como la del capitán- alcanza su verdadera dimensión. La deuda de gratitud es equivalente al resultado de dividir la unidad entre cero: infinita.
“El capitán es historia viva de la comisaría, una especie de flautista de Hamelín al que todos siguen ciegamente por la fe en sus convicciones y su capacidad para convencer… y, sin embargo, no es una persona fácil de definir”, explica el teniente Colombo, mientras acude a su modesta filmoteca casera para documentarse sobre algunos personajes emblemáticos de la historia del cine, cuyos perfiles encajan, milimétricamente, con los del capitán.
En opinión del teniente Colombo hay tres héroes de la pantalla en los que, de alguna manera, convergen –a modo de mágica conexión en blanco y negro- las cualidades humanas y profesionales del capitán. El Atticus Finch de Matar un ruiseñor (1962), con un Gregory Peck memorable; el sheriff de Solo ante el peligro (1952), con un Gary Cooper íntegro y crepuscular; y el modesto oficinista C.C. Baxter de El apartamento (1960), cinta en la que Jack Lemmon regala al mundo una clase magistral de interpretación. Tres historias sencillas, de luchadores, que contienen en cada fotograma los valores que nunca cambian, los valores eternos de la amistad, la lealtad, el sentido del deber, la honestidad, la integridad y el respeto por los demás… “valores que, sin duda, definen a un hombre irrepetible como el capitán”, apuntilla el teniente Colombo, mientras trata de localizar entre los bolsillos de su gabardina un lápiz para firmar este post.

P.D.: este post es el homenaje, sencillo y sincero, del teniente Colombo a Manuel Arias de la Cruz (flautista y capitán, al mismo tiempo).