sábado, 27 de septiembre de 2014

EL GABINETE DE LAS MARAVILLAS


En el inicio del otoño madrileño, el teniente Colombo se ha reencontrado con la grandeza del Siglo de Oro español, gracias a la pluma de Alfonso Mateo-Sagasta. Su novela El gabinete de las maravillas (ediciones Debolsillo, primera edición, mayo 2014) ha supuesto un nuevo espacio narrativo para el teniente Colombo, repleto de aventuras, misterios, humor, crímenes y personajes maravillosos.
El escritor madrileño sitúa la acción en el Madrid de 1614. Isidoro Montemayor (un hidalgo cuyo título ha costado algo más que la inevitable “limpieza de sangre”, y amante de la condesa de Cameros) es el encargado de desarrollar la senda argumental de la novela. El marqués de Hornacho, tío de la condesa, encuentra asesinado a su archivero, Gonzalo Escondrillo, en el gabinete de su propiedad, un lugar misterioso y enigmático. Un microcosmos en el que convergen todo tipo de tesoros y reliquias, además de una curiosa colección de monstruos. Animado por la condesa, Isidoro toma el lugar del muerto y se convierte en el nuevo archivero del marqués. A partir de ese momento se lanza a una aventura sin precedentes.
Lo que más le ha llamado la atención de la novela al teniente Colombo ha sido la fabulosa ambientación que realiza al autor de una época tan excepcional y sugestiva. Las descripciones de los quehaceres cotidianos, y los hábitos de vida de las diferentes clases sociales, transportan en volandas al lector al Madrid del siglo XVII. “En este apartado, Alfonso Mateo-Sagasta demuestra una habilidad narrativa, no exenta de un humor -en ocasiones hilarante- al alcance de muy pocos escritores”, apuntilla el teniente Colombo, mientras trata de reanimar uno de sus puros, en estado agonizante.
Y, cómo no, la figura de Isidoro Montemayor, protagonista absoluto de esta historia de crímenes y misterios. Con su sagacidad y fina ironía bien podía ser el ancestro madrileño del teniente Colombo. Quizás, algún día, el teniente Colombo debería explorar esta posibilidad…

domingo, 14 de septiembre de 2014

EMPEZAR DE CERO


Edith Piaf (1915-1963) fue una de las cantantes francesas más célebres del siglo XX. Desde el mismo momento de su nacimiento tuvo una vida marcada por la pobreza, los ambientes marginales y la ausencia de una familia estable. Su juventud y madurez estuvieron jalonadas por el éxito, el favor del público, los amores tormentosos, las drogas, el alcohol y los excesos de todo tipo.
Al final de su vida, cansada y deteriorada físicamente por la morfina, regaló al mundo una canción que, desde ese mismo momento, se convirtió en un símbolo para las generaciones de la época, y las venideras: Non, je ne regrette rien (“No, no me arrepiento nada”), escrita por Michel Vaucaire en 1960, con música de Charles Dumont.
La figura de Edith Piaf ha entrado en la vida del teniente Colombo a través del boipic dirigido por Olivier Dahan en 2007 “La Môme”, interpretado por la oscarizada Marion Cotillard. Y la verdad es que se ha quedado impactado por la vida y el carácter de Edith Piaf, una mujer de aspecto frágil y quebradizo, pero de una personalidad arrolladora.
Desde entonces, el teniente Colombo no ha dejado de escuchar Non, je ne regrette rien; y, en buena medida, se identifica con su mensaje. Particularmente con dos estrofas que, en este momento, reflejan el estado de ánimo del teniente Colombo, cuando su vida ha iniciado el tramo descendente de la campana de Gaüss. Dicen así: “No, no lamento nada / Ni el bien que me han hecho ni el mal / Todo eso me da igual /… / Barridos los amores / y todos sus temblores / barridos para siempre / Vuelvo a empezar de cero…”.
Resolver casos de asesinatos ya no le motiva como antes…

sábado, 6 de septiembre de 2014

EL VALLE DE LAS SOMBRAS


Al contrario que en los casos del teniente Colombo -en los que el asesino se conoce desde las primeras secuencias-, en El Valle de las sombras (novela de Jerónimo Tristante, ediciones Plaza&Janés, julio 2012), el culpable no es identificado hasta las últimas páginas.
En esta ocasión, el escritor murciano sitúa la acción en un paraje de la sierra de Madrid llamado Cuelgamuros, en los años posteriores al final de la Guerra Civil. Es el lugar elegido por Franco para construir un gran mausoleo donde enterrarle a él junto a los caídos del bando nacional. Allí se encuentran dos hombres, la némesis el uno del otro: el recluso Juan Antonio Tornell (antiguo policía de la República), y Roberto Alemán (oficial del ejército nacional). De repente, uno de los presos muere en extrañas circunstancias; y, a partir de entonces, Tornell y Alemán se unen para investigar el hecho, posiblemente un asesinato. El odio inicial entre ambos dará paso a una sintonía que acabará en una verdadera y profunda amistad.
El teniente Colombo ha devorado, literalmente, la novela. Le ha parecido un magnífico estudio de personajes (sobre todo de los dos protagonistas), con una disección de sus motivaciones absolutamente brillante. “Sin duda, es una novela negra que rezuma clasicismo desde las primeras páginas: asesinos, víctimas, policías, malos, buenos, política, amistad… ingredientes perfectamente combinados por el autor. La prosa es sencilla, sin exuberancias y con un lenguaje coloquial fácil de seguir”, explica el teniente Colombo, que, en algunos pasajes de la novela, no ha podido evitar identificarse con su colega Tornell.
Al margen de la calidad literaria de la novela y del enriquecimiento personal que le ha supuesto al teniente Colombo, de su lectura ha sacado una gran lección: que ni los malos son tan malos, ni los buenos son tan buenos; y que lo negro nunca es absolutamente negro ni lo blanco es absolutamente blanco. “Qué pena que no lo entendieran así los fanáticos de ambos lados, que, en 1936, se lanzaron a una guerra fraticida entre hermanos (cruel, absurda y salvaje), con el único resultado de muerte, rencor y división”, opina el teniente Colombo, todavía con la emoción a flor de piel.