martes, 6 de septiembre de 2011

PASAJE A LA INDIA (2ª parte, y última)

El teniente Colombo seguía dándole vueltas, como si fuera uno de sus casos de asesinato, a su viaje a la India. Seguía tratando de ordenar sus ideas. El aluvión de estímulos que había recibido durante su voluntariado en Pondicherry había quedado grabado en su memoria para siempre, en forma de imágenes.
Nunca podría olvidar el tráfico (terrible, ensordecedor  y sin normas); la gente aseándose en plena calle (incluyendo la limpieza de dientes); las vacas campando a sus anchas de aquí para allá (y haciendo sus necesidades donde su aparato excretor se lo demanda); las canalizaciones de agua y el alcantarillado (en realidad, la ausencia de él); esos cuervos negros siempre acechantes ante cualquier posibilidad de comida (¡cómo le recordaban la película de Hitchcock “Los pájaros”!); la forma de utilizar sólo la mano derecha para comer (y su continua letanía not spicy, please); el Bazar y las vendedoras de pescado (acompañado siempre de una legión de moscas, contumaces hasta la desesperación); y, sobre todo, el manto de basura y desperdicios que, muchas veces, le hace a uno creer que está viviendo en un escenario irreal.
Hoy, algún tiempo después de haber regresado de la India y estar ya inmerso en su rutina diaria (tenía un nuevo caso encima de la mesa: el asesinato de un amante, por celos, a manos de un marido despechado), estaba convencido de que es imposible ser refractario a este gigantesco país. “Es una realidad que te atrapa nada más aterrizar allí, la India desborda cualquier expectativa”, le dijo, finalmente, al capitán.

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