domingo, 4 de septiembre de 2011

PASAJE A LA INDIA (1ª parte)

Este verano, durante el mes de agosto, el teniente Colombo decidió desconectar por completo de la comisaría y de la bulliciosa ciudad de Los Ángeles, y se embarcó en un proyecto de voluntariado. En concreto, puso rumbo a Pondicherry, en el sureste de la India, a orillas del Mar de Benghala.
Después de pasar tres semanas allí colaborando en una escuela para niños sin recursos, regresó a la comisaría y el capitán quiso saber qué tal le había ido. Colombo, a modo de preámbulo, le espetó directamente: “mi capitán, no es fácil resumir mi experiencia de voluntariado en la India. Han sido tantos, y tan intensos, los momentos vividos que no sé muy bien por dónde empezar”. Con el dedo índice de la mano izquierda sobre la boca, barruntaba, pensativo, cómo explicar al capitán sus peripecias en la India de una manera medianamente comprensible.
Parece que, por fin, encontró las palabras adecuadas, mientras intentaba recuperar el cigarro que se le acababa de apagar, por tercera vez. “Mi capitán, no creo que haya recetas mágicas, ni infalibles, para enfrentarse por vez primera a una realidad como la India, tan diferente a cualquier otra; no sólo a la nuestra, sino, por ejemplo, también a la Latinoamericana. En la India todo es sorprendente, inabarcable, impactante… y, por qué no decirlo, a veces contradictorio. En muchas ocasiones tiene uno la sensación de ser como ese boxeador aturdido, que está a punto de ser noqueado, y que no sabe muy bien de dónde le viene la lluvia de golpes de su adversario. La India es un bombardeo continuo de estímulos”.
Por fin consiguió encender su cigarro…

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