domingo, 21 de octubre de 2012

TO KILL A MOCKINGBIRD

El pasado 10 de septiembre, en un brillante y extenso artículo en el diario EL PAÍS, César Molinas reflexionaba sobre la clase política española y proponía un cambio radical y urgente del sistema electoral para adoptar un modelo mayoritario. Uno de los puntos tratados en el artículo hacía referencia a la incapacidad de la clase política de ser ejemplar, además de no haber tenido el coraje y la dignidad de pedir disculpas por las burbujas creadas en las últimas décadas y, por ello, haber empobrecido de manera indiscriminada a una ciudadanía cansada de unos políticos (lo que el articulista denomina una “élite extractiva de rentas”), ciegos e ignorantes ante una crisis que dura ya más de un lustro (y lo que queda…).
Casi de forma instantánea, el magnífico artículo de César Molinas le trajo a la memoria al teniente Colombo una de esas películas que forman parte de la leyenda del cine: “To kill a mockingbird” (“Matar a un ruiseñor”, dirigida por Robert Mulligan en 1962), de la novela homónima de Harper Lee.
Probablemente en el mejor papel de su carrera, Gregory Peck interpreta a un abogado en la época de la Gran Depresión, en una población sureña de EE.UU., que defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del hombre resulta evidente, los prejuicios y el racismo de la sociedad americana, acusan, y sentencian de antemano, al granjero de color. Atticus Finch (Gregory Peck) acepta el caso, aún a sabiendas de que tendrá que hacer frente a la intolerancia y enemistad de sus conciudadanos, llenos de odio y desprecio hacia la comunidad negra. Como era de esperar, pierde el caso, pero gana, para siempre, el respeto y la admiración de sus dos hijos. Con su ejemplo, Atticus transmite a sus hijos -y al resto de la comunidad- el sentido de la responsabilidad, la honradez, la fe en unos principios morales y la firmeza en unas convicciones.
El teniente Colombo propone la aprobación inmediata de un Real Decreto Ley que obligue a todos políticos españoles a ver, al menos una docena de veces, “Matar a un ruiseñor”, antes de incluir su nombre en una lista electoral; y a escribir 500 veces (en una pizarra, y con tiza) la reflexión que Atticus le hace a su hija al final de la película: “Nunca se conoce realmente a un hombre hasta que uno se ha calzado sus zapatos y ha caminado con ellos”.

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