miércoles, 13 de junio de 2012

¡LUCES, CÁMARA, ACCIÓN!

Probablemente no exista en la historia del cine ninguna otra película que refleje mejor la pasión del teniente Colombo por el séptimo arte como Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988). Un recorrido bello y nostálgico por la vida, la infancia, la adolescencia y la madurez de Salvatore Di Vita, un famoso realizador italiano, convencido desde niño que el cine es pura magia. Pero la historia de Salvatore no hubiera sido la misma sin la amistad y la complicidad de Alfredo, el viejo operador del cinematógrafo de su pueblo natal, que le enseñó los misterios y secretos que se ocultan detrás de una película.
En la vida del teniente Colombo ha habido otro “Alfredo”, muchos años atrás: Javier Serna del Campo, el director del colegio de los Salesianos de la calle Hermanos García Noblejas (“Don Javier”, “el Dire”, “oye chaval, aterriza”…). Fue él, y nadie más, quien le inoculó –en aquellas inolvidables sesiones de Cine Forum, los domingos por la tarde- el amor por el cine. Don Javier, además de un experto en el románico palentino y en los arbotantes góticos, era un auténtico cinéfilo.  
De la misma manera que al comienzo de la película, en un flashback de treinta años, Salvatore Di Vita recuerda con nostalgia y cariño las enseñanzas de Alfredo, el teniente Colombo estará eternamente agradecido a Don Javier por haberle mostrado el camino de los sueños a través del cine y a vivir una fábula cada vez que se apagan las luces y comienza la proyección. Agradecido por haberle ayudado a descubrir a un ciudadano llamado Kane, a vibrar con el arco solidario de Robin Hood, a sentirse un pasajero más de una diligencia asediada por los comanches en Monument Valley, a alternar -con moderación- en el Café de Rick, a emocionarse con los cañonazos de libertad del acorazado Potemkin, a buscar sin descanso la quimera del oro,… en definitiva, a vivir con el cine.
“Don Javier, donde quiera que esté: eternamente gracias”, balbucea el teniente Colombo, abrumado por los recuerdos, mientras revisa, una y otra vez, la secuencia final de Cinema Paradiso, sin duda la máxima declaración de amor que se ha hecho al séptimo arte como vehículo de entretenimiento y aprendizaje para la vida.

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