domingo, 26 de febrero de 2012

LA NUEVA COMISARÍA

Decía Julie Andrews, en la almibarada y empalagosa Sonrisas y Lágrimas (Robert Wise, 1965), que cuando se cierra una puerta, siempre se abre una ventana en otro lugar. El teniente Colombo lo ha podido comprobar recientemente.

Después de abandonar la comisaría en la que durante tanto tiempo había trabajado resolviendo innumerables casos de asesinato, el nuevo departamento policial es una “ventana” por la que entran los problemas y salen las soluciones, a la misma velocidad que lo hacía el Coyote persiguiendo al Correcaminos. La nueva comisaría es un torbellino de actividad. Un tren a toda máquina que ha enganchado al teniente Colombo de la gabardina y lo lleva en volandas sin tiempo siquiera de tomar aire. Algo parecido al vértigo en el que vivían los personajes de la inolvidable comisaría neoyorkina de Canción triste de Hill Street.

El teniente Colombo echa de menos –y mucho- a sus antiguos compañeros de algaradas, pero ha encontrado en la nueva comisaría un equipo joven, con experiencia y, sobre todo, con ganas de hacer las cosas bien. Un equipo entusiasta que le ha recibido con cordialidad y respeto, y que le está haciendo más llevadero el aterrizaje en los nuevos casos de asesinato a los que se tiene que enfrentar, que no son pocos.

Hace ya muchas lunas que el teniente Colombo leyó en algún sitio un proverbio hebreo que decía: “el que da, no debe volver a acordarse; pero el que recibe nunca debe olvidar”. Utilizó una cerilla para encender su puro, y clausuró esta reflexión.

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