martes, 7 de febrero de 2012

DUELO EN O.K. CORRAL

“Pasión de los fuertes” (John Ford, 1946) relata con brillantez los acontecimientos ocurridos en el O.K. Corral de Tombstone (Arizona) a finales del siglo XIX. Hechos reales o forjados a base de leyenda, qué más da. Henry Fonda es Wyatt Earp, el ganadero que el azar y la venganza convierten en el sheriff de Tombstone, ciudad asediada por el terror de la familia Clanton.
El filme es un ejemplo del western perfecto, y muestra, una vez más, el genio magistral e inimitable de John Ford. El director irlandés toma un motivo violento –el famoso duelo- y lo transforma en un poema, en una canción romántica, en una obra bellísima, contenida e intimista. Es de una sobriedad deslumbrante. Sólo Ford era capaz de hacer algo así.
La película está repleta de frases y diálogos memorables. Por ejemplo, esa escena en la que el patriarca de los Clanton -magníficamente interpretado por Walter Brennan- reprocha a uno de sus hijos no haber matado a Wyatt Earp, cuando era un blanco fácil: “¡Cuando se saca un arma es para matar!, le espeta lleno de ira”. Pero, sin duda, el diálogo que ha quedado grabado para siempre en la retina del teniente Colombo es el que mantiene Wyatt Earp con el barman de la cantina de Tombstone, minutos antes de acudir al O.K. Corral. Wyatt es consciente que su vida está en juego y que puede no volver a ver a su amada Clementine. El diálogo es, más o menos, así:
-Wyatt Earp: oye Mac, ¿has estado alguna vez enamorado?
-Barman: no, he sido camarero toda mi vida.
El teniente Colombo, pensativo y nostálgico, traza la secuencia en su imaginación y se ve cabalgando al lado de Wyatt Earp por el desierto polvoriento de Arizona, buscando aventuras y desfaciendo entuertos, como si fueran Don Quijote-Wyatt y Sancho-Colombo.

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