lunes, 3 de septiembre de 2012

HASTA SIEMPRE, AMIGO Y MAESTRO

Se fue con el mes de agosto. El pasado fin de semana, ojeando el diario EL PAÍS, el teniente Colombo se tropezó, casi por casualidad, con una esquela en la que aparecía el nombre de un amigo, ex jefe y compañero de sus primeros pasos profesionales. Se llamaba Luis y había fallecido en Madrid el 31 de agosto de 2012 (sic).
Luis fue la primera persona que conoció el teniente Colombo cuando, recién salido de la Facultad, y sin ser capaz de distinguir apenas el activo del pasivo, inició una carrera profesional que, de momento, le mantiene en activo. “Hola, Luis, soy el nuevo assistant, y me han dicho que me presente a ti”, dijo balbuceando el teniente Colombo, con una mezcla de miedo y precaución, ante el nuevo horizonte que se presentaba en su vida (¡su primer trabajo!). “Bien, pues coge la maleta que nos vamos a Vigo a auditar un astillero”, contestó él. Hasta ese momento el teniente Colombo jamás había montado en avión, ni había dormido en un hotel de cuatro estrellas. De los astilleros, sólo había oído que solían estar al borde del mar.
Luis ha sido, sin duda alguna, el maestro del teniente Colombo. Fue él quien le mostró el camino –con una paciencia infinita- para soportar situaciones límite, quien le explicó la técnica para la resolución de los casos de asesinato más enrevesados, quien le inculcó rigor y criterio, quien le marcó la línea divisoria entre lo urgente y lo importante, quien le explicó una metodología de trabajo que el teniente Colombo todavía sigue aplicando hoy día... Y, por encima de todo, fue quien le inoculó en las venas la idea de ser exigente con uno mismo, de disfrutar de un trabajo bien hecho. ¡Hasta le enseñó a hacerse el nudo de la corbata, porque hasta entonces el teniente Colombo nunca se había puesto una corbata! Y así, durante más de tres años. Luis escribió, de alguna manera, el guión de lo que sería la forma en la que el teniente Colombo afrontaría, a lo largo de su vida profesional, la resolución de los casos de asesinato.
Y el pasado fin de semana, mientras repasaba el periódico, tranquilo y relajado, vio su esquela. La tuvo que leer varias veces, porque no daba crédito. Pero, sí, era él, Luis, su amigo y maestro. Desgraciadamente, coincidían todos los datos. Fue un shock. ¡Cuántos recuerdos, anécdotas, viajes, “hojas amarillas”, cruces de referencia, scopes, inventarios, clientes, cuadres, informes, ajustes, “cotejado a mayor”, reuniones, files, etc., se agolparon, de repente, en la cabeza del teniente Colombo! Fotogramas de cuatro años, como en aquella memorable secuencia final de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), en la que el maduro director de cine rememoraba en tres minutos las enseñanzas de su maestro, fallecido, a través de los recortes de películas censurados durante tantos años por el párroco del pueblo.
El teniente Colombo sabe que ya no le verá más por el barrio (vivía a dos cuadras de él); e ignora dónde estará ahora. Quizás haya vuelto a Factorías Vulcano en Vigo, o al Grupo de Empresas Álvarez, o a los Astilleros San Carlos de Cádiz (¡qué langostinos cenaron aquella noche en el restaurante “El Faro”!), o a la Unión Naval del Levante o…. ¡vaya usted a saber! para revisar, una vez más, los papeles de trabajo y poder concluir sobre la razonabilidad de los estados financieros cerrados al 31 de diciembre de… Esté donde esté, el teniente Colombo siempre estará en deuda con él. No le olvidará nunca.

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