martes, 11 de septiembre de 2012

VOLVAMOS A KEYNES, ESTÚPIDOS, VOLVAMOS A KEYNES

En numerosas ocasiones, a lo largo de los últimos meses, el teniente Colombo ha manifestado su incredulidad –y su irritación- ante las medidas de política monetaria y fiscal que estaba adoptando el Gobierno para salir de la crisis. Bueno, en realidad, medidas para reducir el déficit público, que no es lo mismo.
Todas las previsiones macroeconómicas indican que en lo que queda de 2012, y prácticamente en todo el 2013, tanto el crecimiento como el empleo seguirán una tendencia similar a la actual; es decir, negativa. En concreto, no hay expectativas mínimamente optimistas para un repunte de la demanda interna, para el flujo normal del crédito (entre bancos y desde la banca a los ciudadanos), ni tan siquiera para mitigar las dudas que existen en el exterior de la solvencia de España. Si a esto se une que la reforma laboral aumenta el paro de forma inmediata, y lo hará todavía en mayor medida debido a los recortes de plantilla pendientes en el sector privado y en el público, junto con políticas de venta de activos de las empresas (las que puedan hacerlo) ante las nulas perspectivas de aumentar la capacidad productiva por la caída de las ventas, y la desesperante opacidad del Gobierno ante la decisión de solicitar un rescate a Bruselas (al menos financiero)… la profundización de la recesión está servida. Una auténtica bomba de relojería económica y social.
Y, mientras tanto, el gobierno español, azuzado por el Banco Central Europeo, sigue obsesionado con el déficit público a corto plazo. Erre que erre. Las políticas adoptadas –todas de carácter restrictivo- han demostrado, y siguen demostrando, que no son la solución para salir de la crisis, y mucho menos para volver al crecimiento y al empleo. Han confirmado, en definitiva, la idea básica del pensamiento del economista inglés John M. Keynes (1883-1946): recortar drásticamente el gasto en una economía deprimida la deprime todavía más.
Este pensamiento ocupaba la mente del teniente Colombo de camino a la comisaría una calurosa mañana de septiembre. No podía dejar de pensar en ello. Por eso, desde lo más profundo de su interior, un grito desgarrador se abría paso en su garganta henchida de rabia y agitación: “¡Volvamos a Keynes, estúpidos, volvamos a Keynes!”.

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