miércoles, 18 de abril de 2012

GENTLEMAN JIM

El teniente Colombo no recuerda cuándo la vio por primera vez. Probablemente fue una tarde de sábado, en aquellos Programas Dobles del cine de su barrio, donde veía cada película dos veces, mientras engullía, sin pestañear, un bocadillo de Nocilla. Junto con el fútbol, el cine era (y sigue siendo) una de sus pasiones. Por enésima vez, la ha vuelto a ver. El teniente Colombo ha vuelto a disfrutar, como en aquellas tardes de sábado, de 104 minutos de cine con mayúsculas: “Gentleman Jim” (Raoul Walsh, 1942).
Con un Errol Flynn en estado de gracia, la historia atrapa al espectador desde el primer fotograma. La ambientación, cuidadísima, transmite de forma maravillosa los combates de boxeo en el San Francisco de finales del siglo XIX, cuando éstos se celebraban al margen de la ley. Todo en esta película es cine en estado puro. Pero de “Gentleman Jim” el teniente Colombo siempre recordará una escena sobrecogedora: aquella en la que el Gran Sullivan (interpretado por un Ward Bond inmenso, como siempre), derrotado después del combate por el campeonato del mundo de los pesos pesados, acude a felicitar a James J. Corbett (Errol Flynn) en la fiesta que sus familiares y amigos le han organizado para celebrar el título. Al verle llegar, Corbett sale a recibirle y ambos se funden en un afectuoso saludo: el Gran Sullivan, derrotado pero lleno de dignidad, y James Cobertt con una admiración y un respeto que traspasa la pantalla (“cuatro minutos sublimes”, opina el teniente Colombo, http://www.youtube.com/watch?v=8iShuZvyDHA).
Al margen de sus valores cinematográficos, el teniente Colombo extrae de “Gentleman Jim” una gran lección: es tan difícil saber perder como saber ganar. “Muchos políticos deberían ver esta película, sobre todo después de un proceso electoral”, masculla el teniente Colombo, mientras se esfuerza en localizar su bloc de notas en alguno de los bolsillos de la gabardina.

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