sábado, 10 de diciembre de 2011

EL MEMBRILLO

Siempre que come dulce de membrillo, al teniente Colombo le ocurre lo mismo: le viene a la cabeza, como un recuerdo permanente a modo de eco, la obra del gran pintor manchego Antonio López. Una obra repleta de sencillez, maestría y honestidad.
Una sensación muy parecida tuvo el teniente Colombo hace unos días después de que su buen amigo, y tutor universitario, José Ubaldo Bernardos, le regalara un dulce de membrillo, manufacturado con sus propias manos. Durante dos noches, el fruto del membrillero elaborado de manera sencilla con agua y azúcar, proporcionó al teniente Colombo un delicioso postre, sano y nutritivo (las propiedades saludables del membrillo se deben a su abundancia en fibra y taninos, sustancias que le confieren su propiedad astringente por excelencia); compensando, al menos en parte, los perjuicios de su adicción a los puros baratos.
El dulce de membrillo de José Ubaldo –concluyó el teniente Colombo, relamiéndose los labios cada vez que recordaba los momentos de goce y disfrute vividos- tenía el punto justo de azúcar y se deslizaba suavemente por la garganta, sin apenas necesidad de masticarlo. El grado de humedad y textura combinaban armónicamente, impregnando las papilas gustativas del teniente Colombo como la lava de un volcán empapa todo lo que encuentra a su paso.
De alguna manera, a través del dulce de membrillo, el teniente Colombo estableció una nítida conexión entre el pintor de Tomelloso y el profesor e historiador universitario: ambos rezuman sabiduría, bondad y una absorbente profesionalidad. Raras avis en estos tiempos…

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