“Lo que yo digo: la educación es
lo primero, y sin educación, ¿cómo quieren que haiga caridad?...” (Misericordia,
Benito Pérez Galdós, 1897).
Una tarde cualquiera del invierno madrileño,
releyendo el suplemento dominical de un diario de tirada nacional, el teniente
Colombo se tropezó con un artículo interesantísimo sobre los problemas que
aquejan, por norma general, a los adolescentes y preadolescentes. Problemas que
la autora del ensayo engloba en tres grandes capítulos: el fracaso escolar,
cruzar los límites y el inicio de las relaciones sexuales. Al teniente Colombo
le llamó la atención, sobre todo, el relativo al ámbito escolar.
Y le llamó
particularmente la atención porque, a modo de introducción, el artículo describe
la filosofía del teniente Colombo en materia educativa. Señala lo siguiente: “inculcar
un hábito de estudio desde primaria. Convertir ese hábito en innegociable.
Priorizar el deber por encima del placer. Educar en valores, no hay recompensa
sin esfuerzo. Si lo aprenden desde pequeños, será más sencillo que lo sigan
respetando y aceptando de adolescentes. Tener en cuenta sus resultados, pero
también su rendimiento. Las notas son el termómetro, pero no siempre son el
reflejo del esfuerzo y la actitud de los hijos”.
¡Así, exactamente así, es como
entiende el teniente Colombo el proceso educacional de un niño desde sus
primeros años! “Es evidente que la vieja y trasnochada pedagogía de la letra con sangre entra está fuera de
lugar, pero valores como el esfuerzo y el hábito de estudio siempre serán
eternos”, apostilla el teniente Colombo, mientras relee, una y otra vez, el
maravilloso artículo de Patricia Ramírez (EL PAÍS Semanal, nº 1.938 del
17/11/2013), que recomienda encarecidamente.
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