El primer contacto que tuvo el
teniente Colombo con su amigo Potele
fue en el restaurante del hotel Meliá Reforma de México DF. Hará de ello unos 10-12
años, más o menos. Los dos trabajaban por aquel entonces en la misma comisaría,
pero, por circunstancias del servicio, sus destinos nunca se habían cruzado.
Aquella noche cenaron juntos, se bebieron unas cuantas Coronitas, y –quién lo iba a imaginar- se gestó una amistad que ha
llegado hasta la actualidad.
Años después de aquel encuentro en tierras
aztecas, formaron pareja profesional y recibieron un encargo envenenado:
resolver uno de los crímenes más enrevesados, y enmarañados, existentes en la
comisaría. La cuestión consistía en enderezar el rumbo de la actividad de
leasing&renting&factoring. Una misión –como el tiempo ha demostrado-
poco menos que imposible. Y como aquellos caballeros andantes que llevan el signo
de la derrota escrito en la frente, salieron de aquel entuerto con más pena que
gloria, aunque con una amistad consolidada para siempre (lo único positivo de
aquella experiencia para olvidar).
En el momento de escribir este post, el superintendente Potele prepara las maletas para cruzar
el Canal de la Mancha y lanzarse a una nueva aventura profesional y personal.
Una comisaría de Londres le espera para resolver casos de asesinato con acento
inglés.
El teniente Colombo le va a echar de menos, y mucho. Potele (José Luis, en el carnet de
identidad) es un tipo único. “Amigo de sus amigos, gran conversador y febril amante
de la buena mesa; Potele es, por
encima de todo, un apasionado de la vida y una buena persona”, apostilla, con
tristeza, el teniente Colombo, que echará de menos los momentos molestosos de su amigo Potele, pero también sus muestras de
cariño, su amistad y su compañía.
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