Un año más, querámoslo o no, llega la Navidad. Ese periodo del año en el
que la condición humana pierde buena parte de su raciocinio y se lanza a un
consumismo exacerbado, a una felicidad impostada y a las más altas cotas de
estupidez e hipocresía.
En este contexto, y dado que la maquinaria mercantil -revestida
de lucecitas de colores- no deja opción al éxodo mental y espiritual, el teniente
Colombo quiere reivindicar la figura de un personaje olvidado, e incluso vilipendiado,
por los colectivos más fundamentalistas del agip-pro
católico: el rey Herodes.
Herodes el Grande reinó sobre el pueblo judío durante
las cuatro últimas décadas del siglo I A.C., y destacó por su eficaz gestión
administrativa, por las obras de reconstrucción del templo de Jerusalén y por
los numerosos gestos humanitarios que llevó a cabo a lo largo de su reinado, repartiendo
trigo y alimentos entre todos aquellos que soportaban una terrible hambruna.
“Es decir, todo lo contrario que Ana Botella, actual alcaldesa de Madrid”,
apuntilla el teniente Colombo.
“Quizás su vida privada no fuera un ejemplo de
rectitud y moralidad (por lo visto, fue un polígamo confeso y un precursor avezado
de las más grandes orgías y bacanales), pero ello no justifica, en modo alguno,
su relegada posición –sólo y triste en su castillo- en todos los belenes de la
órbita cristiana”, apunta el teniente Colombo, mientras se apresta, con
fruición, a encender uno de sus inconfundibles habanos.
“El rey Herodes se
merece, por derecho propio, un lugar preeminente en todos los misterios
cristianos. Su preponderancia está, sin duda, al mismo nivel que el líder
sindical de los pastores, el rey Melchor, la vaca del portal de Belén, e
incluso el mismísimo Niño Jesús”, reivindica el teniente Colombo, en el
mismo momento en el que el primer villancico ha empezado a producirle una
hipoacusia neurosensorial de inicio súbito (es decir, principio de sordera).
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