viernes, 10 de octubre de 2014

DE LA LUCHA DE CLASES AL PRAGMATISMO


De sobra es sabido que el teniente Colombo (frisando los 50) ha perdido la fe en la clase política y en las recetas económicas de todos los gobiernos –de cualquier signo- que han dirigido el destino de la joven democracia española. Se ha convertido en un pragmático irredento.
Esta postura –alimentada, durante décadas, por el desengaño y la frustración- ha vuelto a brotar en su fuero interno después de leer unas recientes declaraciones de Victoria Camps, en un diario de tirada nacional. “Sin duda, las reflexiones de esta gran pensadora, filósofa y estudiosa de los derechos humanos y la bioética son oportunas, deseables y esperanzadoras; pero la realidad –la cruda realidad- está en las antípodas del planteamiento ético e ideológico de la doctora Camps”, opina el teniente Colombo, al mismo tiempo que trata de poner en marcha su coche, sin éxito, después del tercer intento. Sin duda, llegará tarde a la comisaría.
La idea de Victoria Camps de que “hay que ir a un capitalismo que priorice el bien común” y de que “no todos los beneficios de las empresas tienen que revertir en el interés corporativo, sino que hay que pensar en el bien de todos y establecido por ley”, parece una contradicción en sí misma. El teniente Colombo no conoce ningún sistema capitalista que funcione bajo esta dualidad. “Capitalismo y bien común son términos contrapuestos, antagónicos”, asevera el teniente Colombo, mientras desempolva de su biblioteca El Capital de Karl Marx (1818-1883).
El funcionamiento del sistema capitalista utiliza mecanismos que ponen de plena actualidad las ideas de Karl Marx de hace siglo y medio. “El llamado Estado del Bienestar (o lo que queda de él) no es más que un híbrido del capitalismo para lavar la conciencia de los Estados y las Grandes Corporaciones nacionales y transnacionales, incapaces de conciliar crecimiento y desarrollo económico con la erradicación de la pobreza y la protección de los más desfavorecidos”, argumenta el teniente Colombo, mientras relee, con tristeza y desencanto, las ideas –bien intencionadas, pero inalcanzables- de Victoria Camps.

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